Margot la Fee

viernes, septiembre 29, 2006

Mi ángel llama al celular

Por primera vez en este semestre llegué a mi casa temprano, tipin ocho de la tarde. Allí estaba mi tía con una de sus amigas, como siempre tomando once. Yo traía un hambre endemoniado y me vi obligada a tomar un inusual café con leche (rara vez tomo eso) acompañado con palta, queso “chanco” y queso de cabra. Vaya la gordura pensé yo. Y ahí me puse a escuchar la conversación de las señoras mientras tomaba mi leche.
La cosa estaba aburrida, yo sólo me quería ir a terminar las miles de cosas que debía hacer en mi pieza, pero ni modo ahí me quedé. De pronto mi tía, no sé por qué empieza con el tema de los ángeles. Cada cierto tiempo le da con el asunto y yo le compro la pomada, pero nunca me la pongo encima. Ahora quería vendérsela a su amiga.
Según ella en unos de sus cursos, de vaya a saber uno qué diablos, le enseñaron que cada uno tiene un ángel de la guarda, más bien dos. Bueno eso uno siempre lo ha escuchado. El punto es que según la tía Zuli uno puede saber cómo se llaman. Y no es nada complejo es cosa de preguntárselo al ángel insistentemente y él te lo hará saber. Lo mejor es que para confirmar magno fenómeno debes conocer a alguien con ese nombre una vez que el ángel te haya revelado su identidad.
En el caso de la tía, en su mente apareció de repente el nombre Gabriel y a los días conoció al hijo de una de sus amigas, llamado Gabriel. No conforme con dicha revelación la tía Zuli quiso saber el nombre de su otro ángel guardián y nuevamente le preguntó y le preguntó. A los días mientras dormía éste le habría contestado “Ignacio”. Ella sin duda creyó que ese era su otro protector, pero debía confirmarlo.
Se olvidó del tema hasta que unos poco días después de aquella revelación llegó su nuera contándole que estaba embarazada, que tendría un nuevo bebé y que le pondría Gabriel Ignacio. Fue ahí cuando la tía Zuli terminó de confirmar el nombre de sus guardianes, aunque la verdad es que el diablito de su nieto no tiene nada de angelito.
Cuando a mi me contó esto, tal vez el año pasado, le quise preguntar a mi ángel cómo rayos se llamada. Una que otra alucinación entre sueños tuve, pero al tiempo se me olvidó el tema. Ahora entre los quesos, la leche y la sugestión me acordé del asunto e instintivamente hice una extraña asociación. Desde hace algún tiempo personas llaman a mi celular preguntando por Elide, claro lo más seguro es que tengan mal el número o que marquen mal, vaya a saber uno. Lo malo es que me llaman a las horas más insólitas, hasta las cuatro de la mañana me han llamado preguntando por el o la Elide.
Antes de esto, las llamadas eran para mí una molestia, ahora inocentemente me he puesto a pensar que mi ángel guardián puede llamarse Élide y el muy original me lo dice por teléfono. No podré confirmar el asunto hasta que no conozca a alguien con el nombre de Élide y deje de ser una tipa o tipo que da mal su número de celular para convertirse en la confirmación de una “revelación angelical”. Sí, si, soy chala’ con el tema de las hadas y de los ángeles, pero acaso no es rico pensar que te hablan del cielo. Sea como sea es grato pensar que mi ángel guardián me llama al celular.

domingo, septiembre 17, 2006

A lágrima viva

He decidido, hoy sólo colocar esta foto porque me ha acompañado varios días en msn. Creo tiene algo de mágico y por lo tanto algo de hada también.
Sólo me limitaré a citar a una querida persona que un día me dijo: "Date permiso para estar trizte, siénte la pena, llora, llora hasta que no te queden lágrimas, llora en el metro, en la micro, en tu cama, en la calle cuando camines. Llora porque te aseguro llegará el momento en que darás un último suspiro, cerrarás tus ojos, dormirás y al otro día no querras llorar más, ya no habrá más que llorar".
Nada más terminaré citando un poema de Oliverio Girondo que puede ser una grandiosa táctica para quienes sienten que la pena les gana una batalla más.

"LLORAR A LÁGRIMA VIVA"
Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto. Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando. Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar. Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca. Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!